Andrés Duque, fálanos nesta entrega e en primeira persoa de súa relación con Iván Zulueta, e dos pasos que emprendeu ata realizar o seu documental IVÁN Z

( texto orixinal en español)

Mi Arrebato con Iván.

Vi “Arrebato” de Iván Zulueta la primera vez, en una retrospectiva que la Cinemateca de Caracas ofrecía sobre lo mejor del cine español, creo que en el año 1991. Al igual que muchos que han visto la película, tuve la sensación de haber participado en una experiencia hipnótica y vampirizante. La película se dirigía a mí, o mejor dicho, despertaba en mí recuerdos de la infancia con una fidelidad emocionante. El placer de mirar álbumes de cromos y de perderse en esos paisajes, toda la carga erótica que pueden despertar Betty Boop o Peter Pan, las texturas pegajosas que tienen algunos objetos, los destellos de luz que rebotan cuando el sol entra por la ventana, en fin, todo un mundo de recuerdos comenzó a repoblar mi mente para luego inducirme al arrebato. A partir de entonces no pude sacarme esta película de la cabeza.

Andrés Duque, nos habla en esta entrega y en primeira persona de su relación con Iván Zulueta, y los pasos que emprendió hasta realizar su documental IVÁN Z

Mi Arrebato con Iván.

Vi “Arrebato” de Iván Zulueta la primera vez, en una retrospectiva que la Cinemateca de Caracas ofrecía sobre lo mejor del cine español, creo que en el año 1991. Al igual que muchos que han visto la película, tuve la sensación de haber participado en una experiencia hipnótica y vampirizante. La película se dirigía a mí, o mejor dicho, despertaba en mí recuerdos de la infancia con una fidelidad emocionante. El placer de mirar álbumes de cromos y de perderse en esos paisajes, toda la carga erótica que pueden despertar Betty Boop o Peter Pan, las texturas pegajosas que tienen algunos objetos, los destellos de luz que rebotan cuando el sol entra por la ventana, en fin, todo un mundo de recuerdos comenzó a repoblar mi mente para luego inducirme al arrebato. A partir de entonces no pude sacarme esta película de la cabeza.

In this issue, Andrés Duque, speaks in first person, about his relationship with Iván Zulueta, and the steps taken to record his documentary IVÁN Z


My Outburst with Iván

I saw “Arrebato” (Iván Zulueta) for first time in a retrospective offered by the Cinemática of Caracas about the best of Spanish cinema; it was around 1991. As well as much other people who had previously seeing the movie, I had the feeling I had just participated in a hypnotic and bloodsucker experience. The film addressed me, or better said, it arouse some of my childhood memories with an exciting faithfulness. The pleasure of watching picture card albums and letting yourself getting lost in those sceneries, all the erotic load that Betty Boop or Peter Pan can awake, the sticky textures of some objects, the light sparkles bouncing out when the sun comes into the window, well, a world full of memories started resettling my mind to right after lead me to the outburst. From that moment, I could not take this movie out of my mind.

Comencé a buscar información sobre Iván en el año 2000 y sólo encontré anécdotas suyas que parecían más ficción que verdad. En todo caso, el mito que existía en torno a Èl sobre su carácter excéntrico, oscuro, hermético, me atraía mucho y terminé encontrando la manera de conocerlo por medio de Álvaro Machimbarrena, un amigo que me ayudó a contactarlo y posteriormente a llevar a cabo el documental “Iván Z”.

Llegar hasta su casa con la cámara para hacer el documental, no fue una tarea sencilla. Hubo que esperar un año y medio hasta que se estrechara nuestra amistad y Èl no se sintiese incómodo con mi presencia. Tenía claro que iba a rodar todo en su casa y tenía preparado un largo cuestionario de preguntas que giraban alrededor de su encierro y su vida ahora. No me interesaba tanto hacer un recorrido sobre su carrera como cineasta ni que explicase sus películas, creo que ellas lo hacen muy bien por sí solas. Me interesaba más desmitificar su imagen de hombre hermético grabándole en su cotidianidad.

Me sorprendió que Iván siempre estaba pensando en historias y que no le habían abandonado los recuerdos, sus viajes intensos a través del celuloide, sólo que en aquel momento se encuentraba más «seguro» dibujando y sin moverse de su hogar, que ha sido también el de su familia y de donde parte toda su inspiración por el cine y por la vida que, a fin de cuentas, fueron para Èl la misma cosa.

En el ático donde dormía, se encontraban sus objetos más preciados, los que gustaba rodar con su cámara super 8 y que remiten a una infancia feliz: álbumes de cromos y figuritas de Walt Disney con fondos de Blandi-blups. Estaba también Lou Reed inhalando habilidosamente una sustancia que parece tabaco de liar y una extraña mujer leopardo que mira desde la ventana una ciudad que está fuera de su alcance. Pero había mucho más, una taquillera de cine con un poco de mala leche, quizás porque acaba de enterarse que su marido es drag-queen, una sirena ahogada en una pecera con medusas y un lote de películas caseras sobre viajes alrededor del mundo. La luz entraba por la ventana y se convertía en hilo narrativo, recorría todas las estancias y pasaba por un televisor donde una vez nos encontramos con seres de medianoche que se movían a un ritmo acelerado, como apurando el fin de un programa que nos dejó inmersos en la oscuridad total, la última frontera.

Andrés Duque


Comencé a buscar información sobre Iván en el año 2000 y sólo encontré anécdotas suyas que parecían más ficción que verdad. En todo caso, el mito que existía en torno a Èl sobre su carácter excéntrico, oscuro, hermético, me atraía mucho y terminé encontrando la manera de conocerlo por medio de Álvaro Machimbarrena, un amigo que me ayudó a contactarlo y posteriormente a llevar a cabo el documental “Iván Z”.

Llegar hasta su casa con la cámara para hacer el documental, no fue una tarea sencilla. Hubo que esperar un año y medio hasta que se estrechara nuestra amistad y Èl no se sintiese incómodo con mi presencia. Tenía claro que iba a rodar todo en su casa y tenía preparado un largo cuestionario de preguntas que giraban alrededor de su encierro y su vida ahora. No me interesaba tanto hacer un recorrido sobre su carrera como cineasta ni que explicase sus películas, creo que ellas lo hacen muy bien por sí solas. Me interesaba más desmitificar su imagen de hombre hermético grabándole en su cotidianidad.

Me sorprendió que Iván siempre estaba pensando en historias y que no le habían abandonado los recuerdos, sus viajes intensos a través del celuloide, sólo que en aquel momento se encuentraba más «seguro» dibujando y sin moverse de su hogar, que ha sido también el de su familia y de donde parte toda su inspiración por el cine y por la vida que, a fin de cuentas, fueron para Èl la misma cosa.

En el ático donde dormía, se encontraban sus objetos más preciados, los que gustaba rodar con su cámara super 8 y que remiten a una infancia feliz: álbumes de cromos y figuritas de Walt Disney con fondos de Blandi-blups. Estaba también Lou Reed inhalando habilidosamente una sustancia que parece tabaco de liar y una extraña mujer leopardo que mira desde la ventana una ciudad que está fuera de su alcance. Pero había mucho más, una taquillera de cine con un poco de mala leche, quizás porque acaba de enterarse que su marido es drag-queen, una sirena ahogada en una pecera con medusas y un lote de películas caseras sobre viajes alrededor del mundo. La luz entraba por la ventana y se convertía en hilo narrativo, recorría todas las estancias y pasaba por un televisor donde una vez nos encontramos con seres de medianoche que se movían a un ritmo acelerado, como apurando el fin de un programa que nos dejó inmersos en la oscuridad total, la última frontera.

Andrés Duque

I started looking for information about Iván in the year 2000, and I could only find anecdotes that seemed to be fiction more than reality. In any case, the myth surrounding him and his eccentric, obscure, inscrutable character attracted me to such a point that I ended finding a way to meet him through Álvaro Machimbarrena, a friend of mine that helped me contacting him and later produce the documentary “Iván Z”.

Getting to his house with the camera to develop the documentary, it was not an easy task. A year and a half had to pass until our friendship strengthened, and he would not find himself uncomfortable with my presence. I was clear that I was going to shoot everything in his house and I had prepared a large questionnaire revolving around his seclusion and his present life. I was not so much interested to go into his career as a filmmaker or into his movies, I believe they are self-explanatory. I was more interested in demystifying his secretive image by taping him in his day-to-day life.

I was surprised that Iván was always thinking about stories and that his memories had not left him aside and his intense trips throughout the cinema, but in that moment he found himself more secure drawing and staying at home; it was also his family’s home and source of all his cinema and life inspiration, that after all, represented the same thing for him.

In the top-floor apartment where he slept, it could be found his most appreciated objects, those who he liked recording with his super8 camera and that remind him to a happy childhood: picture card albums and Walt Disney figures with Blandi-blups backgrounds. Lou Reed was also there cleverly inhaling a substance that seemed to be rolling tobacco, and a weird leopardess woman sighting through a window a city that is out of her reach. But there was much more going on, a cinema ticket clerk quite bad-tempered, maybe because she just realized that her husband is a drag-queen, a drowned mermaid in a fish tank full of jellyfishes and a set of amateur films about world wide tours. The light came out of the window and became the narrative thread, it went around all the rooms and passed through a TV where, once we found ourselves with midnight creatures that moved around intensively, as trying to push the end of a programme that left us immersed in a completely darkness, the last frontier.

Andrés Duque